Autora: Susana Bichara.
Un mensajero llamado Doc tenía la convicción de que su misión era repartir mensajes de alegría y optimismo, por eso siempre traía en la bolsa pequeños recortes de papel con frases de aliento para sus clientes.
Así que al entregarles su telegrama, les dejaba también algún escrito que decía: “¡Hoy es un gran día!”, “¡Mantén levantada la barbilla!”, o bien, “¡Desaste de tus problemas!”
Durante la Segunda Guerra Mundial, Doc fue rechazado por el ejército, pues se le consideraba demasiado viejo para servir como soldado.
El, sin perder el ánimo, se ofreció de voluntario en un hospital de veteranos y empezó a trabajar ayudando a los heridos.
Un día se le ocurrió escribir en la pared del hospital el siguiente mensaje:“Nadie muere en este pabellón”.
Logró, sin proponérselo, sorprender a más de uno con estas palabras y no tardó mucho tiempo en crearse una polémica en el hospital. Los directivos lo creían loco, otros opinaban que el escrito no hacía ningún daño y, por lo tanto, no había motivo por el cual debiera quitarlo de la pared.
Por fin, se decidió dejar aquellas palabras escritas por ese viejo chiflado del que todos se burlaban. Poco a poco aquel mensaje fue penetrando no tan sólo en la mente de los soldados heridos, sino también en las del personal del hospital.
Los enfermos procuraban a toda costa permanecer vivos y así no romper el encanto de aquel mensaje. Mientas que las enfermeras y doctores hacían hasta lo imposible por atender a los pacientes de la manera más excepcional.
Esta historia contada por Arnold y Barry Fox en su libro “Hacer Milagros”, es un ejemplo de las maravillas que se pueden alcanzar con las palabras adecuadas dichas en el momento preciso.
La palabra es un instrumento poderoso, que es privilegio para los humanos. Ya sea en forma oral o escrita, es imposible pasar un día sin tener un contacto con ellas.
De la misma forma, es casi imposible cumplir con el dicho popular: “A palabras necias, oídos sordos”, pues aunque las palabras se las lleva el viento, antes de “llevárselas” pasan por el oído humano, por el cerebro y hasta pueden llegar al corazón de la persona que las escucha, y así motivar diversas reacciones (indiferencia, alegría, paz, etcétera), como quien dice, las palabras dejan huella.
La mente es un excelente “archivo” en donde se guardan muchas de las palabras que se escuchan a lo largo de la vida, tanto si las pronunció alguien querido o si fue alguna persona con quien circunstancialmente se ha topado en el camino.
Estas palabras pueden ser en conjunto frases amables o hirientes que, cuando son recordadas, pueden reforzar la autoestima o, por el contrario, causar intranquilidad y rencor hacia la persona que las dijo.
Así como pueden motivar a luchar por las metas trazadas, como en el caso de Doc, pueden también causar severos problemas, como en el caso de líderes que han llevado a sus seguidores hasta suicidios colectivos.
Los educadores pronuncian a lo largo de su vida miles de palabras que sus alumnos recordarán en otros momentos, lo mismo sucede con las frases que se escuchan entre padres e hijos. Todas esas frases llamadas “grabaciones” son parte de la herencia de generaciones anteriores y a futuro probablemente se transmitirán a las nuevas.
Pronunciar palabras que alienten, mejoren o que enaltezcan a otros, es un gran regalo y además ¡es gratuito! Así que “en este pabellón nadie muere” y que nadie en esta vida deje de obsequiar palabras de aliento.