fundador de la Legión de Cristo
y del Movimiento Regnum Christi.
10 de marzo de 1920 - 30 de enero de 2008.
Una oleada de ese rencor me ha llegado en el despectivo de “jovenzuelo” lanzado por Fidel Castro en sus penúltimas reflexiones. La andanada de “trapos sucios” fue motivada porque un cubano (quizás Yuniesky, Yohandry o Yasiel) fue entrevistado por una agencia extranjera y declaró que no quería oír hablar de socialismo. Con ese determinismo, típicamente juvenil, se agenció la virulenta reacción del mismísimo jefe de Estado que le dedicó casi un párrafo.
Toda la historia del joven hastiado y del severo “abuelo” que lo recrimina, me ha transportado a los años de la Glasnot y a la revista Novedades de Moscú, donde un imberbe joven advertía a los sesentones que frenaban los cambios “ustedes tienen todo el poder, nosotros tenemos todo el tiempo”. Claro, hay que matizar la frase al saber que también para Yunieski o Yohandry pasan los años, y cada vez cuentan con menos tiempo.
Presiento que me volveré una viejita un tanto punk. Le permitiré a los muchachones del 2050 burlarse de mis fotografías y del feo peinado que llevaré por más de tres décadas. Los dejaré derrumbar uno a uno todo lo que hoy me resulta “intocable”. Lo haré con gusto y conformidad, porque sé que ellos no sólo tienen el tiempo, sino que -sin saberlo- devengan también el poder. Un enorme poder que les permite escoger entre “esperar o hacer algo”.
Artículo publicado en Generación Y.Si bien el equipo del argentino Daniel Alberto Brailovsky alargó a 10 apariciones su invicto en el Estadio Azteca y su sumó su primer punto del Torneo Clausura 2008 en el Grupo Dos.
Camoteros jugó mucho mejor y su accionar fue premiado por los aplausos de unos mil ruidosos seguidores que viajaron en varios camiones desde la Angelópolis para ver a su equipo, que mantiene el porcentaje de 1.0000 en la tabla por evitar el descenso y acumula un punto en el Grupo Uno.
Lo único que no pudo evitar el guardameta de Águilas a sus compañeros fue el abucheo que se llevaron al final del encuentro, pues los más de 60 mil seguidores del equipo de casa salieron inconformes con su equipo, cuando habían llegado con alegría de haber conseguido el boleto a la Copa Libertadores hace unas semanas.
Información e imagen de Ve Fútbol.
Autora: Yoani Sánchez.
Recuerdo cuando en el año 94 se permitieron las licencias para abrir un restaurante privado (paladar) o una cafetería. La Habana se llenó de kioscos improvisados que nos devolvieron perdidos sabores y añoradas recetas. En un par de meses toda la creatividad contenida se explayó en cientos de sombrillitas, mesas sacadas al portal y hasta sofisticados sitios para degustar un batido de mamey o un pastelito de guayaba. Las energías contenidas por miles de cubanos se materializaron en productos y servicios, de una calidad y una eficiencia no conocidas por mi generación.
Presenciamos -entre atónitos y felices- el rebrote de la pequeña empresa privada que nuestros padres habían visto ahogarse con la Ofensiva Revolucionaria de 1968. Un paseo por las calles de mi Centro Habana natal, era la confirmación de que la escasez anterior no había sido fruto de una innata incapacidad para producir, sino culpa de los férreos controles estatales a la inventiva privada.
De aquel boom de creatividad e ingenio también nos tuvimos que despedir, en el momento en que por “allá arriba” comprendieron que las libertades económicas implicarían –inevitablemente- autonomía política. Cuando Cuco, el dueño de la paladar más famosa de mi barrio, quiso invertir sus ganancias en un viajecito a París, en un auto moderno y en crear una revista de perfil “gastronómico”, comenzó a preocupar a los funcionarios. Para contrarrestar esas “poses de clase media” le llovieron los altos impuestos, los malintencionados controles y las engrosadas prohibiciones. Tuvo que cerrar el restaurante y el carnaval de sabores que habíamos redescubierto se replegó otra vez a la sombra.
Los “pequeños negocios privados” que sobrevivieron al regreso del centralismo, nos revelan que todas esas energías para producir sólo están esperando, agazapadas, que las restricciones legales se aflojen –aunque sea un milímetro- para volver a conquistar nuestras calles y portales. Cuco acaricia su recetario –aumentado en estos años de espera- y proyecta un nuevo restaurante en la azotea de su casa. Ya tiene el diseño de la página web para promocionar sus platos, las tarjetas de presentación y el color de las servilletas. Está esperando –en la línea de salida- a que den la voz de arrancada que le permitirá competir por su sueño.
Artículo publicado en Generación Y.