jueves, 9 de diciembre de 2010

EL ÁNGEL DE LA PUERTA


Autor: Gustavo Velázquez Lazcano, L. C.

(Tac, tac, tac...)

— ¿Sííí?

—Disculpe, vengo de la sierra. No sé si me podría dar algo para mí y mis muchachitos…. 

— ¡Claro! Pase, a ver qué podemos darle.

Doña Amalia, como la suelen llamar en el pueblo, es una dedicada ama de casa. A los ocho años de casada, murió su querido Benjamín, dejándola sola con cuatro niños. Desde que enviudó, ha luchado heroicamente por sacar adelante su familia, no escatimando nada para su educación.

Eligió la honesta y exigente vida del comerciante, uniendo el cuidado de sus hijos al cultivo del campo, y a la cría y venta de animales. Todo esto lo llevó con buen tacto y con un gran amor, disfrutando de unas ganancias holgadas.
 
Siempre había comida caliente en su casa, y sus puertas estaban abiertas para todos. Las personas nunca faltaron, pues se sentían acogidas y escuchadas. Doña Amalia no siempre tenía dinero para ayudar, pero sí contaba con algunos frutos de su huerto para regalar.
 
De todas maneras, la limosna más pedida era su tiempo. Fueron muchas las mañanas y las tardes que empleó en conversar, sentada a la entrada de su casa. Los hombres y mujeres acudían a contarle sus problemas. Y no era que Doña Amalia no tuviera nada qué hacer, simplemente sabía escuchar, sin descuidar su hogar.
 
Después de las primeras visitas, determinó que jamás cerraría su puerta. Y aun cuando sus familiares la saludaban y comían con ella, la puerta permanecía abierta. Pronto se hizo costumbre ver aquella puerta abierta en medio de la calle. Si estaba cerrada, no podía significar otra cosa sino que Doña Amalia no estaba.
 
Ella falleció hace 14 años, un 16 de noviembre de 1996, a los 79 años de edad. Pero su recuerdo y sus actos, siguen vivos en las mentes de cuantos la conocieron. Por su puerta, pasaron tantas personas cuantas dejó pasar su alma.
 
Tuvo tiempo para realizar todos sus pendientes, menos para cerrar su puerta: veló por Gori, un mendigo ciego, hasta el último momento de su vida; recogió a niños huérfanos, y fue madrina de bautizo de medio pueblo...
 
Nunca cerró la puerta de su corazón a cuantos le rodeaban. El dolor que padeció por la pérdida de su esposo, no la llevó a enfrascarse en sí misma, sino a abrirse a los demás. Y quienes tocaron a su puerta, jamás salieron decepcionados.

Artículo tomado de MasAlto.com

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