Autor: Joaquín López Dóriga.
El sábado pasado, en su primera plana, MILENIO publicó una foto en la que tres sujetos identificados como seguidores de López Obrador se burlaban, insultaban y señalaban al premio Nobel de Química, el mexicano Mario Molina, cuando caminaba hacia el hotel Sheraton Alameda.
La pequeña horda, sin saber quién era (así son) se le fue encima: “¡Estos son, estos son, los que chingan a la nación!”, le gritaron, rodeándolo, apuntándolo, cercándolo.
La expresión, tolerante y paciente, del premio Nobel ante los gritos y las burlas retrata en la foto su talante; la de los tres manifestantes, también.
La escena me permite abordar un tema que había borrado de mi vivir cotidiano. Me refiero a los correos en cadena enviados desde los días del conflicto poselectoral con un afán de ofender para intimidar, consigna desde la que son capaces de recurrir a lo que sea, con esa impunidad que da el anonimato. No quiero decir que todos lo hagan desde esa oscuridad, pero la gran mayoría sí. Hasta en su sintaxis y fraseo, por llamarlos de algún modo, son iguales, lo que habla de una mano que guía las cartas.
Leer el artículo completo en Milenio.
El sábado pasado, en su primera plana, MILENIO publicó una foto en la que tres sujetos identificados como seguidores de López Obrador se burlaban, insultaban y señalaban al premio Nobel de Química, el mexicano Mario Molina, cuando caminaba hacia el hotel Sheraton Alameda.
La pequeña horda, sin saber quién era (así son) se le fue encima: “¡Estos son, estos son, los que chingan a la nación!”, le gritaron, rodeándolo, apuntándolo, cercándolo.
La expresión, tolerante y paciente, del premio Nobel ante los gritos y las burlas retrata en la foto su talante; la de los tres manifestantes, también.
La escena me permite abordar un tema que había borrado de mi vivir cotidiano. Me refiero a los correos en cadena enviados desde los días del conflicto poselectoral con un afán de ofender para intimidar, consigna desde la que son capaces de recurrir a lo que sea, con esa impunidad que da el anonimato. No quiero decir que todos lo hagan desde esa oscuridad, pero la gran mayoría sí. Hasta en su sintaxis y fraseo, por llamarlos de algún modo, son iguales, lo que habla de una mano que guía las cartas.
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