
El sábado pasado, en su primera plana, MILENIO publicó una foto en la que tres sujetos identificados como seguidores de López Obrador se burlaban, insultaban y señalaban al premio Nobel de Química, el mexicano Mario Molina, cuando caminaba hacia el hotel Sheraton Alameda.
La pequeña horda, sin saber quién era (así son) se le fue encima: “¡Estos son, estos son, los que chingan a la nación!”, le gritaron, rodeándolo, apuntándolo, cercándolo.
La expresión, tolerante y paciente, del premio Nobel ante los gritos y las burlas retrata en la foto su talante; la de los tres manifestantes, también.
La escena me permite abordar un tema que había borrado de mi vivir cotidiano. Me refiero a los correos en cadena enviados desde los días del conflicto poselectoral con un afán de ofender para intimidar, consigna desde la que son capaces de recurrir a lo que sea, con esa impunidad que da el anonimato. No quiero decir que todos lo hagan desde esa oscuridad, pero la gran mayoría sí. Hasta en su sintaxis y fraseo, por llamarlos de algún modo, son iguales, lo que habla de una mano que guía las cartas.
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