martes, 20 de noviembre de 2007

CONTRA LA INTOLERANCIA

EDITORIAL DE EL UNIVERSAL


19 de noviembre de 2007.

Cualquier acto de violencia es reprobable. Más aún si el motivo es por diferencias políticas o ideológicas como aparentemente fue el caso de la agresión que sufrieron ayer feligreses en la Catedral metropolitana en el contexto de la Convención Nacional Democrática.

Como agravante hay que recordar que no es la primera vez que personas manifiestan físicamente su ira contra los dignatarios de la Iglesia católica bajo un razonamiento político, lo cual nos habla de una actitud que trasciende la diferencia de ideas y se asemeja más al simple odio.

La intolerancia significa la discriminación hacia grupos o personas sólo por el hecho de que éstos piensen, actúen o sean diferentes. Las caras de este fenómeno elevan al grado de valor supremo las creencias propias y generan actitudes como la xenofobia que condenamos hacia nuestros migrantes en Estados Unidos o la misoginia que tantos crímenes contra las mujeres ha causado en este país. El intolerante considera que ser diferentes equivale a no ser iguales en cuanto a derechos y eso es inaceptable sin importar qué tan detestable sea el objeto de repulsión.

Suponiendo, sin conceder, que el repique de las campanas en Catedral tuvera el objetivo de entorpecer el discurso de los oradores en la convención, los participantes deben evitar —como ha solicitado el propio Andrés Manuel López Obrador a sus seguidores— “caer en provocaciones”, pues actos de violencia como el acontecido ayer simplemente exacerban la polarización por parte de todos los bandos y provocan el descrédito de su movimiento.

Si consideramos que los líderes que llevan a las manifestaciones a la gente están enterados del tipo de personas que transportan y el riesgo que corren los personajes no afines a la convención como en este caso los miembros de la Arquidiócesis, habría que preguntarse cuáles han sido las medidas precautorias que los dirigentes del Frente Amplio Progresista han tomado para evitar eventuales crímenes de odio.

Controlar la acción de miles de personas reunidas en un mismo lugar y de procedencia incierta es imposible; sin embargo, a juzgar por los discursos previos al “portazo” a la Catedral los organizadores del mismo no sólo no llamaron a la mesura, sino que incitaron la molestia de la turba.

Mayor es el cuestionamiento hacia esos dirigentes si se tiene en cuenta que hasta el cierre de esta edición ninguno de los miembros del llamado “gobierno legítimo” se ha deslindado de los agresores o ha condenado la acción.

López Obrador calificó en varias ocasiones su movimiento como “pacífico”. Eso no basta. Es necesario prevenir y, en casos como el de ayer, criticar aun las acciones de personas cercanas que obraron con intolerancia.

Llamar a la mesura, admitir errores y aceptar las diferencias de los otros no son muestras de debilidad sino de confianza en las ideas propias. Deben tenerlo en cuenta todos los mexicanos, más todavía quienes apuestan por hacer prevalecer sus causas.

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