martes, 20 de noviembre de 2007

LA REVOLUCIÓN MEXICANA

Autor: Pedro Ferriz.

Una revolución, como las muchas que ha habido en la historia, tiene condiciones que la hacen particular. Hay factores que son comunes. En México la de principios del siglo pasado podría ser marcada por la insatisfacción social como todas pero con el signo de una segmentación de castas, que le da un carácter único. Si bien otros movimientos sociales, azuzados por la insatisfacción como la Revolución Francesa no tuvieron esa segmentación como rasgo. Fue la de 1789, una revuelta de Francia entre franceses, cuya única diferencia si acaso se enfocó en la condición económica y educativa. El resto lo sabemos: Francia vs. Francia.

México es un caso aparte. Baste con decir que como una ironía de la vida, el dictador y principal protagonista de nuestro desenlace en la revuelta, fue un indígena, que el poder lo llevó a la sofisticación extrema, pasando por el “afrancesamiento”. Los orígenes de Don Porfirio Díaz no fueron otra cosa más que eso. El poder permanente una de nuestras frustraciones históricas ligado a los intereses con el gran capital obviamente extranjero marcaron el inicio del movimiento. Díaz había vendido 50 millones de títulos de tierras baldías a inversionistas foráneos. Transfirió a Louis Huller la mitad del estado de Baja California. Otorgó la explotación de yacimientos de Cananea al Coronel Greene. A los Rockefeller, el sector hulero y a Lord Cowdray el “oro negro”. Las grandes riquezas del país, fueron entregadas a cambio de “espejitos”, por un indígena que ignoraba a su especie y que para hacerlo se hizo rodear siempre, por lo más “high” de nuestra sociedad. Necesitaba de gente que le comunicara quien es Rockefeller, Greene o Cowdray. Él era incapaz de hacerlo. Pero sumemos otro detonante del movimiento armado. El código penal del DF dictaminaba sanciones a quien procurara aumento o disminución de salarios. Igual, a quien obstaculizara “el libre ejercicio del trabajo y la industria” por medio de la violencia moral o física. Con esto se penaba el derecho de huelga. Imposibles condiciones para formas de asociación gremial y “cero” espacio para el disentimiento con el Estado… Caldo de cultivo de una lógica secuencia de hechos que derivaron en la Revolución.

Francisco I. Madero… rico terrateniente del norte del país siempre conciliador propuso una fórmula que dejara la figura de Díaz impoluta ante la historia e intacto como Presidente y que él, al frente de la vice Presidencia, le diera un giro, que más que “afán de poder”, llevaba contenida una inteligente variante que sacaba a México de las condiciones de tensión que irremediablemente lo orillaban a la confrontación. Díaz rechaza la propuesta, lo que fuerza a Madero a lanzarse por el Partido Antireeleccionista a la Presidencia de la República. Madero denuncia un fraude en las elecciones de junio de 1910 y Díaz se declara ganador del proceso, haciendo apresar a Don Francisco. Este escapa gracias a la suerte y el reconocimiento social que lo apoya en la estructura carcelaria y desde San Antonio, Texas promulga “El Plan de San Luis” en el que ratifica el robo en las urnas y por ende se proclama… Presidente Provisional de la República e invita a la población a una gran sublevación el 20 de noviembre de 1910.

Se había encendido la chispa de la Revolución y el principio del fin de una era, que si bien vio desarrollo para México en ciertas áreas de la infraestructura, así como la formación de muchas de las bases que hoy dan peso a nuestras instituciones. Cometió varios pecados. Polarización. Soberbia. Empobrecimiento para enriquecer. Insensibilidad. Y el más grave de todos: Porfirio Díaz se aprovechó de un pueblo ineducado que soportó, hasta el sacrificio, los apetitos de ambición de un hombre que se llegó a creer inmortal.

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