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Hombre sencillo, de hablar pausado, la impronta de la franqueza se observa sin esfuerzo en sus ojos claros, tan parecidos a los de sus hermanos Herlinda, Ignacio e Ismael, presentes durante la improvisada rueda de prensa que se organizó en la casa de sus mayores. No en la que nació, ubicada sobre la avenida Morelos y hoy en día convertida en tienda de artesanías, sino en la que su padre adquirió años después, sobre la avenida Guerrero, también en el primer cuadro de la ciudad.
Los años pasados en Uganda, donde fue testigo de una cruenta guerra civil, le ayudaron a crecer aún más como ser humano y como sacerdote; incluso fue sometido a juicio en un par de ocasiones, pero por la voluntad de Dios logró salir airoso de la prueba.
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